sábado, 2 de agosto de 2008

El triduo de la preocupación (III)



La segunda noche de este triduo de la preocupación, la pase con un tanto mas de sosiego, bien por el cansancio propio que traía arrastrado de la noche y día anterior, o bien porque a todo se acostumbra uno, lo cierto es que aunque de trecho en trecho, conseguí dar tres o cuatro cabezadas, unas de más larga duración que otras.
Cuando el día anterior regresé de mi frustrada presentación, en la oficina de la Batería donde pregunté, me indicaron que mi destino lo era a la Zona de Reclutamiento y Movilización número 9. Así, una vez desayunado aquella nueva mañana del día 2 de agosto de 1946, tan calurosa o más que la anterior, tomaba por segunda vez mi maleta y esta vez sí, llevaba el convencimiento de que lo que fuera iba a solventarse. Como mis reservas de dinero las había agotado el día anterior en la cantina del Regimiento, tomándome aquella fresquita cerveza que me supo a gloria, hube de pedir prestado, para no devolverlo, los quince o veinte céntimos que costaba el billete del tranvía. Por toda fortuna llevaba en mi cartera un sello de correos que tenía reservado para que tan pronto se resolviera mi situación, escribir a mis padres y darles cuenta del resultado.
Alrededor de las once de la mañana serían, cuando por segunda vez me presentaba al Brigada de la Compañía de Destinos, que ya sabía se llamaba Benito, hallándolo nuevamente sentado a la máquina de escribir. Esta vez de propia voz me invitó a que me sentara un momento en una silla que a su diestra mano se hallaba vacía.
Yo, durante ese ínterin, trataba unas veces de darme ánimo y aceptar con entereza cualesquiera que fuera la suerte que estaba próxima a sucederme, e inmediatamente mi ánimo se venía abajo y me auguraba, además de algún castigo, la vergüenza y la humillación que lo menos que me dirían es de que era un cara dura.
Tan pronto el Brigada Benito hizo el además de levantarse, mi corazón comenzó a latir a cuando menos doscientas pulsaciones por minuto. Cogió un gorro cuartelero que tenía colgado en una percha y a la vez que se lo colocaba me preguntó por la oficina a que tenía que presentarme. Cuando se lo comuniqué solo de su boca salió esta expresión: "Escaleras".

Pasamos a una puerta contingua a la que se hallaba su oficina, atravesamos un largo pasillo y acto seguido tomábamos una escalera de las llamadas de caracol y una vez ascendidos 108 escalones, llegábamos a un pequeño rellano, una puerta de madera de dos hojas, abierta solo una de ellas, y unos dos metros hacía adentro en su frontal derecho y circundado una ventanilla, en letras mayúsculas y de color negro, la siguiente inscripción: "ZONA DE RECLUTAMIENTO Y MOVILIZACIÓN NÚMERO 9" Para mí, aquello en vez de una indicación de la ubicación de unas oficinas, me parecieron otra cosa peor. ¡Un epitafio! Tras de aquellas letras, en breves instantes se iba a determinar la suerte que posiblemente yo habría de correr en lo que me quedara de mili, que así a ojo de buen cubero, por entonces no dudábamos en que sería superior a dos años.

El Brigada Benito delante, yo maleta en ristre le seguía y tras atravesar un pasillo, con despachos a izquierda y derecha, separados entre sí por mamparas de madera y cristaleras, entrábamos en un despacho de medianas proporciones, donde otro Brigada con un cigarrillo entre sus labios tecleaba a buen ritmo otra máquina de escribir. El Brigada Benito, dice: "Amigo Blanco, aquí te traigo el mecanógrafo que habías solicitado". Después de intercambiar dos o tres palabras entre ambos, allí quedaba yo a disposición del otro Brigada Blanco. No más de cuarenta o cincuenta segundos habían transcurrido, cuando me dice, "sígueme". Ahora sí parece que había perdido hasta la noción de que era una persona. Así era mi estado de ánimo y de nervios. Volvimos a tomar el pasillo que habíamos seguido al entrar, pero en sentido inverso y llegando a la puerta de uno de los negociados que se hallaba a la mano izquierda según caminábamos y entreabriéndola levemente, dice: "Con su permiso mi Capitán". Desde el interior del despacho se oyó una potente voz que escuetamente decía "". Pasa el Brigada Blanco y yo tras él. Mi presentador, dirigiéndose al Capitán y como quien da una buena noticia, suelta la siguiente frase: "Mi Capitán, aquí le traigo a su nuevo mecanógrafo". En ese momento solo sentía un deseo: "Desintegrarme". Desaparecer del mundo. Sin mas palabras, allí quedaba yo a disposición de mi nuevo Capitán. En el mismo despacho pero un tanto retirado de la mesa del Capitán, había otro Brigada y cerca de éste, un Cabo 1º y cuatro o cinco Soldados, en distintas mesas.

El Capitán tenía un rostro sonrosado, pelo algo canoso, orejas algo mas grandes de lo normal, representaba tener alrededor de cincuenta y cinco años, estaba sentado en una mesa y a su derecha había una silla vacía y en una pequeña mesita, una máquina de escribir marca "Underwood". El Capitán al tiempo que me dirigía directamente su mirada, sacaba su petaca del cajón de la mesa y echaba sobre su mano un poco de tabaco. Esta vez dirigiéndose a mí de propia voz, me dice: "¿Tú fumas?", al contestarle afirmativamente me alargo su petaca y yo realice lo mismo que él había hecho, vertiendo sobre mi mano un poco de tabaco. El Capitán lía su cigarro y yo con mi tabaco en la mano. Me dice: ¿no tienes papel de fumar? Nueva negativa y me alarga el librito de papel de fumar, marca "bambú". Él enciende su cigarro, yo con el mío en la mano. Tercera pregunta. "¿Tampoco tienes lumbre?"; nueva repuesta, no mi Capitán, y me añade, "pues vienes tú como para irte de juerga". Mal empezaba la cosa. El calor reinante más mi estado nervioso me tenían bañado en sudor. Pero yo lo que deseaba de todo corazón era que llegara la hora del desenlace de aquella situación.



Al fin se iniciaba el proceso para el esclarecimiento de cuanto hubiera de suceder. Yo hasta entonces había permanecido de pie.

Comenzaba con estas frases del Capitán, al tiempo que me indicaba me sentara en la silla que estaba frente a la máquina de escribir: "Bueno vamos a comenzar a trabajar". ¡LLEGABA EL MOMENTO!. Estas determinaciones que de momento se vienen a la mente de una persona, se me vinieron a mí, y armándome de un valor que hasta ese momento no lo había tenido, y diciendo para mis adentros, que sea lo que Dios quiera, respondí con estas palabras. "MI CAPITÁN YO NO SOY MECANÓGRAFO, NI HE TOCADO UNA MAQUINA DE ESCRIBIR EN MI VIDA. HAGA USTED CONMIGO LO QUE CREA QUE MEREZCO". Su reacción a mi confesión fue la de entonces como es que te han mandado aquí como mecanógrafo. A grandes rasgos le explique cómo fue mi solicitud para ello. Aquel hombre mirándome fijamente, durante unos momentos que a mi me parecieron una eternidad, creo que se estaría preguntando, algo así: "¿qué hago yo ahora con este tío?". Por la forma de mirarme y la expresión de su rostro yo no era capaz de siquiera suponer cual pudiera ser el veredicto a tan semejante e inesperada respuesta dada por mí. Yo estaba petrificado. Ansiaba que su determinación fuera rápida, lo que fuera, pero que fuera ya. ¡ALELUYA!. Al fin salía de la boca del aquel Santo varón, la siguiente pregunta: "¿tú tienes interés en aprender a escribir a máquina?" Es lo que mas deseo en el mundo en estos momentos. A mano por lo menos sabes escribir. "Sí mi Capitán". Entonces no te preocupes, verás que pronto, si pones empeño en ello lo vas a conseguir. EN ESOS MOMENTOS ME HUBIERA ABALANZADO SOBRE AQUEL CAPITÁN Y LO HUBIERA COLMADO DE BESOS Y ABRAZOS. El gesto que tuvo conmigo en aquella ocasión aquel Capitán, que olvidándose de su deber como un Oficial del Ejército y que como menos hubiera procedido a despacharme para mi procedencia, pudo más su sentimiento humano y con ello dictaba una resolución que enaltecía los sentimientos que como hombre sin lugar a dudas lo adornaban.

Dado a que me he extendido más de la cuenta en esta narración para finalizar el triduo inicial, dentro de unos días continuaré narrando lo que a corto plazo supuso para mí y resultó de todo esto.

Así que hasta dentro de unas breves fechas.

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