Viniendo hoy al medio día desde Guadalmar a mi casa en el autobús, he presenciado hasta donde se puede llegar en el uso del teléfono móvil.
Ya entrado en Málaga ciudad, en una de las paradas subieron entre otras personas al autobús donde yo venía, una jovencísima que debía estar entre los quince y diecisiete años. Como es casi general, no solo en los jóvenes, si no también, en los no tan jóvenes y hasta niño/as, con su móvil en la mano. El primer asiento que encontró desocupado era uno de los cuatro que existían en el vehículo destinado a los ancianos y discapacitados. Yéndose hacia el mismo y con una tensión como si le faltara el oxígeno para respirar y cuando aun todavía no había terminado de sentarse, con sus dos dedos pulgares, comenzó a teclear sobre la pantalla del mismo con una velocidad. que solo un mecanógrafo que había en Capitanía General donde yo hice la mili, había visto nunca escribir con tanta velocidad. Jadeante y en un estado que daba la sensación de haber llegado al paroxismo, permaneció en aquel estado durante unos dos o tres minutos, pasados los cuales y respirando profundamente apartó la vista de donde estaba escribiendo lo que fuera, miró como al infinito, en sus labios se dibujó una leve sonrisa y continuó tecleando pero ya de forma mas pausada.
Los escasos segundos que debió perder en estar pendiente de su móvil. en subir al vehículo y pasar su tarjeta del bus, creo que como decía al principio de este relato, le faltaba hasta el aliento que le ocasionaba una respiración jadeante como si en ello le fuera la propia vida.
Como no, en esos instantes mi mente se fue hasta aquellos recuerdos lejanísimos del principio de los años cuarenta del pasado siglo cuando yo tenía los años que esa jovencísima debía tener, y que distancia tan abismal hay entre la forma y modo de vivir entre ella y los de su generación, con la mía y la de mis coetáneos.
Pero no por ello, y pese a todas nuestras carencias de entonces, pienso no son hoy mas felices de lo que nosotros lo éramos.
Precisamente, por ejemplo dentro de unos días, el 13 de este mes, festividad entre otras de San Diego, se celebraba en mi pueblo el llamado día del café. Las jóvenes entonces, en casa de una de ellas, preparaban café y algunos dulces caseros e invitaban a los amigos, entre los cuales casi siempre estaban, no ya los novios de algunas de ellas, si no también los pretendientes o los que deseaban que lo fueran. Aquellas reuniones que solían celebrarse por la noche después de cenar, duraban hasta las primeras horas de la madrugada.
Colocaban en las mesas las tazas iguales de dos en dos, que cada una llevaba de su propia casa, nos invitaban primero sentarnos los varones en la mesa, y según la taza que estuviera en el punto donde te habías sentado, la propietaria de la misma y su igual, se sentaba a tu vera. Eso parecerá que era echarlo a suerte, pero la casi generalidad de nosotros sabíamos de antemano que taza habíamos de elegir, que era conocer quien era su propietaria y por tanto, con quien deseábamos estar. Aquellas largas charlas, que en su conjunto eran verdaderas algarabías, llegaba a formar unos lazos de amistad y fraternidad. entre todos, que hoy pasados mas de setenta años, algunos de aquellos "días del café" calaron tanto en mí que cuando llega San Diego, no tengo por menos que pasar mis recuerdos por aquellas felices vivencias. La relación de las personas entre sí, dejan una huella mas profunda y sentida de cuanto puedan hacerlo cualquier otra cosa, de cuyos recuerdos, nunca, nunca, puedes desprenderte.
Si algún joven hoy puede leer esta entrada, seguro se le dibujará una sarcástica sonrisa en sus labios y dirá para sí: "Cosas de viejos, qué le vamos a hacer..."
A mí no me ha llegado la fiebre del teléfono móvil, y solo se utilizarlo para recibir las pocas llamadas que me hacen, y no más, las que yo hago.
Hasta la próxima entrada.
Ya entrado en Málaga ciudad, en una de las paradas subieron entre otras personas al autobús donde yo venía, una jovencísima que debía estar entre los quince y diecisiete años. Como es casi general, no solo en los jóvenes, si no también, en los no tan jóvenes y hasta niño/as, con su móvil en la mano. El primer asiento que encontró desocupado era uno de los cuatro que existían en el vehículo destinado a los ancianos y discapacitados. Yéndose hacia el mismo y con una tensión como si le faltara el oxígeno para respirar y cuando aun todavía no había terminado de sentarse, con sus dos dedos pulgares, comenzó a teclear sobre la pantalla del mismo con una velocidad. que solo un mecanógrafo que había en Capitanía General donde yo hice la mili, había visto nunca escribir con tanta velocidad. Jadeante y en un estado que daba la sensación de haber llegado al paroxismo, permaneció en aquel estado durante unos dos o tres minutos, pasados los cuales y respirando profundamente apartó la vista de donde estaba escribiendo lo que fuera, miró como al infinito, en sus labios se dibujó una leve sonrisa y continuó tecleando pero ya de forma mas pausada.
Los escasos segundos que debió perder en estar pendiente de su móvil. en subir al vehículo y pasar su tarjeta del bus, creo que como decía al principio de este relato, le faltaba hasta el aliento que le ocasionaba una respiración jadeante como si en ello le fuera la propia vida.
Como no, en esos instantes mi mente se fue hasta aquellos recuerdos lejanísimos del principio de los años cuarenta del pasado siglo cuando yo tenía los años que esa jovencísima debía tener, y que distancia tan abismal hay entre la forma y modo de vivir entre ella y los de su generación, con la mía y la de mis coetáneos.
Pero no por ello, y pese a todas nuestras carencias de entonces, pienso no son hoy mas felices de lo que nosotros lo éramos.
Precisamente, por ejemplo dentro de unos días, el 13 de este mes, festividad entre otras de San Diego, se celebraba en mi pueblo el llamado día del café. Las jóvenes entonces, en casa de una de ellas, preparaban café y algunos dulces caseros e invitaban a los amigos, entre los cuales casi siempre estaban, no ya los novios de algunas de ellas, si no también los pretendientes o los que deseaban que lo fueran. Aquellas reuniones que solían celebrarse por la noche después de cenar, duraban hasta las primeras horas de la madrugada.
Colocaban en las mesas las tazas iguales de dos en dos, que cada una llevaba de su propia casa, nos invitaban primero sentarnos los varones en la mesa, y según la taza que estuviera en el punto donde te habías sentado, la propietaria de la misma y su igual, se sentaba a tu vera. Eso parecerá que era echarlo a suerte, pero la casi generalidad de nosotros sabíamos de antemano que taza habíamos de elegir, que era conocer quien era su propietaria y por tanto, con quien deseábamos estar. Aquellas largas charlas, que en su conjunto eran verdaderas algarabías, llegaba a formar unos lazos de amistad y fraternidad. entre todos, que hoy pasados mas de setenta años, algunos de aquellos "días del café" calaron tanto en mí que cuando llega San Diego, no tengo por menos que pasar mis recuerdos por aquellas felices vivencias. La relación de las personas entre sí, dejan una huella mas profunda y sentida de cuanto puedan hacerlo cualquier otra cosa, de cuyos recuerdos, nunca, nunca, puedes desprenderte.
Si algún joven hoy puede leer esta entrada, seguro se le dibujará una sarcástica sonrisa en sus labios y dirá para sí: "Cosas de viejos, qué le vamos a hacer..."
A mí no me ha llegado la fiebre del teléfono móvil, y solo se utilizarlo para recibir las pocas llamadas que me hacen, y no más, las que yo hago.
Hasta la próxima entrada.
3 comentarios:
Lo de la "reunión de las tazas" suena...
Un momentito, que me acaba de entrar un Guasap...
Ahora, ya... Lo de la reunión de las tazas parece que suena como si... ¡¡¡¡UYYYYYYYYYYY!!!! Iba escribiendo con el móvil y casi me choco con una farola y un viandante...
Lo mismo le ocurre a muchas personas que no son tan jóvenes como la chica del autobús, como se puede ver a diario.
Cosas de los tiempos que corren.
La mayoría van ausentes y se hacen los lipendis, para no ceder el asiento a algún mayor, sobre todo cuando van sentados en el asiento rojo, que lo hacen con más frecuencia de lo deseable
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