sábado, 26 de noviembre de 2016

Migas "perdías"


Llevamos en Málaga mas de cuarenta horas sin dejar de llover. El río Guadalmedina, que parte la ciudad en dos, va como hacía años no lo veía. No es que se vaya a desbordar, pero tampoco sería extraño si continua lloviendo y por más que estamos en alerta naranja. Pero, en fin, hasta ahora no ha llovido torrencialmente y está remediando la sequía que padecíamos.

Hecha esta narración, por lo que respecta a como diríamos una crónica malagueña, vayamos al motivo del título de la entrada de hoy, y ya hay que volver cuando menos setenta años atrás.

Dando ese salto hacia atrás en el tiempo, y sobre todo cuando se estaba en las faenas de la recolección de la aceituna, como no, allá en La Calera, cuando amanecía un día así de lluvioso, como hoy lo está aquí en Málaga, comenzando por el propio manijero de la faneguería, cuando se levantaba, solía dar la voz de "hoy migas perdidas". Ello quería decir que como no se podía ir a trabajar, no se cobraba el jornal correspondiente, cuestión que en los inviernos lluviosos, época de la recolección, no era un día solo el que no se podía ir al trabajo.

El único año que yo estuve realizando el vareo, cuando solo hacía lloviznar, recuerdo que en la vara utilizada para la faena y un poco por encima de donde se cogía con la mano derecha, con unos pastos de hierbas algo largas, rodeábamos la vara con una especie de rosco a fin que al resbalar el agua por la misma, se impedía en que llegara a la boca manga y entrara por el brazo, lo que además de que te mojaba todo el cuerpo, resultaba muy desagradable por lo fría que chorreaba vara abajo.

Sin embargo los tres años que yo trabajaba en la llamada almazara, pero en argot molinero, era la "molina", un día de agua lo festejábamos por todo lo alto, ya que nosotros como faenábamos bajo techo, no perdíamos el jornal, y los vareadores, y las recogedoras, que siempre eran mujeres, si habían de holgar forzosamente, y aquel día había baile tarde y noche. Pero si nos fastidiaba el día que estábamos en el segundo "relevo" que se hacía de 14 a 22 horas, y el baile de la tarde se perdía.

Estos bailes eran para nosotros, los que estábamos casi todo el año trabajando en dicha finca, dado a que se nos pasaban los meses y los meses si ver siquiera una mujer, pues en el caserío solo estaba la mujer del casero y a lo mejor se nos pasaban hasta semanas sin verla siquiera.

Independientemente del relato sobre las "migas perdías", había un refrán específico para un día lluvioso en el que no se podía ir a trabajar al campo: "Día de agua, taberna y fragua".

A la taberna generalmente iban los jornaleros, que en la mayoría de sus trabajos solían trabajar con herramientas del patrón, o de "el señorito", aunque esto ya no se decía en mis tiempos, si no en los anteriores. Y lo de fragua, era que los labradores, ese día que no podían ir al campo, lo dedicaban a llevar a la fragua las herramientas que precisaban de cualquier arreglo o reparación, tales como las rejas y las tejas de los arados, que se les denominaba de  "vertedera", azadas, hachas, hocinos y todas aquellas que se fabricaban o arreglaban en las dos fraguas que entonces había en mi pueblo, propiedad de dos hermanos, uno era conocido por Ovidio, como era su nombre, y el otro por su apodo de "Carita".

Recuedo que Ovidio, uno de sus hijos llamado Manolo era amigo mío, y cuando no iba a la escuela estaba en la fragua y lo ponía su padre a manejar el fuelle para dar aire al carbón de la candela de la fragua donde colocaban las herramientas para ponerlas al rojo vivo, y aunque mi amigo Manolo no dejaba de tener el fuelle en movimiento, su padre, cada no mas de quince o veinte segundo seguidos, no dejaba de soltar como un latiguillo la palabra "aire", "aire", y así repetido todo el tiempo que estaba la herramienta en la candela, y que una vez sacada, Manolo había de tomar el "macho" como denominaban al martillo mas grande y gordo, que machacaba donde su padre, el maestro, le iba indicando con el martillo pequeño. Esta última narración me ha llevado a mi niñez, cuando yo llevaba mi rueda de hierro o mi "guiador", que se usaba para conducir la misma, a fin de que me la reparan o arreglaran, por cierto gratuitamente.

Como nos suele gustar decir a los "viejos", ¡qué tiempos aquellos!

Hasta la próxima.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Duro y penoso trabajo

Ecomuseo de Guinea
El Golfo, Isla de El Hierro

Hoy circulando por cualquier calle de Málaga, es difícil no tropezarse con alguna obra en ejecución. Para la mayoría de  todo trabajo en obras se utilizan actualmente herramientas que hacen mas llevadero y cómodo su realización por los trabajadores.

Dándole vueltas al magín me ha venido al recuerdo una clase de trabajo, que aunque por suerte yo no llegué nunca a realizar, pero si mi padre se vio obligado a practicarlo en mas de una ocasión, y era lo que en aquellos tiempos se le llamaba "machacar piedra". Aquello no era nada más que convertir la piedra en grava, y que como siempre, entonces se utilizaba en la construcción y reparación de carreteras especialmente, pero totalmente diferente el medio en el que dicha piedra era transformada en grava, ya que había que realizarlo personalmente por el trabajador, por medio de una especie de martillo, el que era de hierro acerado, del  tamaño del puño mediano de un hombre, y al que se le colocaba un mango bastante largo a fin de darle mayor fuerza y que al golpear la piedra, se consiguiera ir convirtiéndola en pequeños trozos, o sea en grava.

Para dicho trabajo, los obreros habían de colocarse unas espinilleras hechas por ellos mismos a mano, de cualquier materia, especialmente de neumáticos, y que habían de cubrirle como mínimo desde la rodilla al empeine del pie, dado a que los trozos de la piedra al ser golpeada, en la mayoría de las ocasiones saltaba con tal fuerza que de no tener colocadas las espinilleras la simple tela, o pana, del pantalón no era lo suficiente para evitar que le produjeran heridas. Casi siempre, del mismo material que se hacían las espinilleras, se fabricaban una especie de calzado al que se le llamaban albarcas, o abarcas, que igualmente les servían para guarecerse los pies de sufrir heridas.

También, como  al golpear el "porrillo" contra la piedra, la que habían de sostener con el propio pie del trabajador, la manos que sostenían el mango, recibían el efecto tan fuerte de aquellos contactos, que asimismo habían de colocarse una especie de vendas con el fin de neutralizar en lo posible el que le causaran heridas en las mismas, las que no obstante ello, era inevitable el que siempre las  tenían llenas de llagas.

Tan duro y penoso era aquel trabajo, que solamente los obreros se prestaban a ello, en las épocas de paro casi general, particularmente como sucedía en mi pueblo, cuando se terminaba la  recolección de los cereales en verano, y se dedicaban a machacar piedra  o en la casa no entraba dinero alguno, y las necesidades y carencias eran tales. que no había mas remedio que afrontar aquellas penalidades.

Yo en una ocasión y por espacio creo que de poco mas o menos diez o doce días, lo que si hice, fue el acarrear la piedra, para lo que recuerdo hube de pedir un burro prestado, y especialmente de los arroyos llenaba el serón de piedras, que  se les llamaba "cantos rodados", las iba echando en un cajón, que tenía una medida de un metro cúbico, y  que me lo pagaban a cinco pesetas el metro. Casi todos los días conseguía completar dos metros, tras estar diez o doce horas recogiendo y porteando piedras. Pese a todo, era mucho mejor que el machacarlas.

Ahí queda eso, para quienes actualmente se quejan de las durezas y penalidades del trabajo, y es que entonces no había otro modo o forma de realizarlo, y la necesidad obligaba.

Lo dejo aquí, que me parece que hasta me han salido llagas en las manos nada mas que de recordarlo. Y menos mal que la última etapa de mi vida, lo está siendo, sin punto de comparación, mucho mejor que como mi padre cuando yo era niño, hubieron de "machacar piedra".

Hasta la próxima, que me buscaré un trabajo más llevadero.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Montanera y Matanza.

La Matanza de Acentejo

Por estar en plena época de la bellota, se me ha venido al pensamiento tratar hoy sobre la montanera, que se trata del engorde del cerdo por el sistema conocido por dicho procedimiento.

Muchas veces hemos observado en los establecimientos donde se venden jamones y carnes del cerdo en los que se indican, distintos métodos del engorde del animal, como pienso, bellota montanera y otros.


Como he citado en el título, señalaré que el no va más de la calidad de la carne del cerdo ibérico es el engorde por el procedimiento o modo de la montanera. Esto consiste en que los cerdos se tienen pastando en la dehesa mientras los porqueros les varean las bellotas de las encinas, y así al intervenir la alimentación del fruto de la bellota y el aporte de las tiernas hierbas del campo  que suelen salir con las primeras aguas del otoño, le dan a la susodicha carne ese aroma y sabor tan especial y que resulta una delicia el consumirla.



Pero aparte de lo señalado, quiero citar unos requisitos para que eso resulte tal queda indicado, que por ejemplo en mi pueblo, y en los del Valle de los Pedroches y de Extremadura son más que conocidos, por ejemplo en las gentes de aquí de Málaga y las grandes ciudades le resultaran totalmente novedosos y es lo siguiente.


A fin de que los cerdos echados a la montanera coman solo la bellota y las hierbas del campo, se ensortijan antes de comenzar la temporada y que consiste en colocarles en la parte delantera y superior del hocico, o "jeta", como se dice en mi pueblo, un pequeño arete metálico,  con lo que les impide el que puedan hozar en la tierra, por serle doloroso,  sacar e ingerir las lombrices que también con las primeras aguas del otoño suelen desarrollarse, que les resultan un bocado exquisito, y con ello dejan de comer el fruto citado y las hierbas como se ha indicado anteriormente, y en vez de conseguir el engorde deseado, incluso llegarían a perder peso del que tenían cuando comenzó la montanera.



Otro de los detalles que asimismo resultaran totalmente desconocidos para las gentes que antes señalaba, es que sobre todo los cerdos machos, antes de comenzar su engorde, generalmente en verano, y casi en su totalidad, incluso el año anterior, o cuando son jóvenes, hay que castrarlos o "caparlos" como se dice en el argot popular, dado a que de no hacerlo así, la carne de los mismos tienen un sabor y un olor tan desagradable que no hay cristiano, y nunca mejor dicho lo de cristiano, que sea capaz de ingerir ni sus jamones, ni sus tocinos, ni nada de sus carnes. En ocasiones las hembras también suelen castrarse, pero solo con el fin de que no entren en celo y con ello no comerían como lo hacen sin estar en tal estado.


En algún momento de estar escribiendo esta entrada, se me ha venido al recuerdo de cuando yo era niño, que en las matanzas, las quijadas de los animales que se sacrificaban, que nosotros las llamábamos "mocarra", se nos daban y nos íbamos a las afueras del pueblo donde haciendo lumbres con leña recolectada, las asábamos y allí nos las merendábamos con gran festividad. La última de la que yo pude tomar parte lo fue hace como mínimo mas de ochenta años. Muchas veces estaban llenas de cenizas o restos de pastos o hierbas, a medio asar. pero como salieran, así tal las comíamos.


Espero haya conseguido llegar alguna novedad sobre el particular de los jamones y carne del cerdo ibérico engordado en montanera a alguno de los escasos lectores que lleguen a entrar en "Montanera y matanza".



Hasta la próxima.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Otro doloroso adiós

Ayer dimos el último adiós a mi cuñada Margarita Agua Ruiz, "Margari" como era conocida. En una de mis últimas entradas señalaba que las vidas prolongadas, uno de los tributos que se pagan es el tener que decir adiós para siempre a seres queridos. Éste de ayer, ha sido, aparte de sus hijas nietos y resto de familia íntima, para mis hijos, para mi extraordinaria amiga Carmen, y especialmente para mí, el desgarro de otro jirón del alma. Sí, así tal suena.

Margarí había sido la esposa de un hermano de mi mujer, de cuyo acto de la boda fuimos padrinos, y que dentro de poco más de un mes, se cumplirán los treinta años de su viudedad, y también casi veinte de la mía. Durante el tiempo que vivieron los dos hermanos, la relación de ambos matrimonios, no es que fuera solo cordíal, sino una entrañable unión, al punto de que Margari no era una cuñada más, sino que era tal, que desde y a partir de su matrimonio, y hasta hoy, era otra hermana mas que el destino me había regalado.


Hacer mención de como fue Margari a lo largo de toda su vida, y si hubiera que hacerla con solo una corta frase, podíamos decir que "era una bellísima persona." Pero para como realmente lo fue, esto sería demasiado escueto para como se merecía. A Margari le había dado Dios esa bonhomía, que por doquier fuera, iba derramando bondad por todos los poros de su cuerpo, A esto tenía, el añadído de entregar todo su cariño, a toda persona con la que  tuviere trato cotidiano.

Durante el tiempo que su cuñada Gloria, mi mujer, estuvo enferma. no solo me prestó su ayuda para cuidarla, si no que compartimos tal cometido, y que lo hizo con una entrega que lo era con esa cualidad como yo podría hacerlo, lo que siempre le demostré mi total agradecimiento.

Cada vez que fallece una persona suele hacérsele un panegírico de lo que fue en vida, pero a mi cuñada, o yo digo, hermana, Margari, siempre por cuanto lo hacía mi mujer antes de su fallecimiento, lo han hecho mis hijos, lo ha hecho mi citada amiga Carmen, y como no podía ser menos por mí mismo, cada vez que a ella nos referíamos en cual comentario, se hacía con frases mostrando la condición y comportamiento a como ella en realidad era.

Hoy, quisiera estar dotado de las facultades para poder dejar escrito en esta entrada, todo cuanto ella merecía, yo le debía y sentía por ella, pero si no lo son con frases floridas y literarias tal deseo, si puedo decir que cuanto dejo señalado desde el principio, llevan la mejor de las intenciones y sentidas que de lo mas profundo del alma me han salido.

Margari, tan pronto llegues a unirte a Manolo, el que fue tu marido, y a Gloria su hermana, la que fue mi mujer, que seguro es en las terrazas del paraíso, abrazaros los tres, y saber que yo desde este mundo que vosotros ya habéis abandonado, me uno a él y aquí quedo esperando hasta que Dios quiera reclamarme.


Hasta la próxima entrada, cuyo tema deseo no sea el mismo de hoy.