lunes, 30 de septiembre de 2013

Adiós septiembre


Hoy decimos adiós al mes de septiembre de 2013. Los que no tenemos otras cuestiones mas importantes de que preocuparnos, como a mí me sucede, dejando a un lado los achaques que a estas alturas de la vida pueden presentársenos, vamos dando al paso del tiempo un no se qué de importancia y que tal vez sea, algo así de que "cómo me encontraré el año que viene por estas fechas", de lo que no sé por quién dijo en una ocasión, "que nadie es tan viejo como para pensar que cuando menos pueda vivir un año más".

Pero lo mío sobre el tiempo no va por ahí. Va por otros derroteros, de los que no están ausentes los míos mas directos. Pues yo, desde hace ya bastantes años, parece que estoy siempre pendiente, de tres meses del año. Dos de ellos, son el de febrero y el de abril.

En el transcurso de mi vida, la mayoría de los hechos, tanto  en cuanto de, bienaventuranzas como  dolorosos, acaecieron durante el transcurso de los mismos y que serían largos de enumerar, pero tales, en nacimientos, fallecimientos, casamientos, determinantes en el rumbo de mi propia vida, y un largo etcétera. Así, cuando se aproxima la llegada de los mismos, ya comienzo a pensar que acontecimiento me tendrán reservado, que como he citado anteriormente lo pueden ser tanto en una u otra consideración.

El otro tercer mes del año, en que como he citado anteriormente tengo puesto mi punto de mira, es el de junio. Y os preguntareis: si en febrero o abril es cuando le han sucedido los hechos mas determinantes, ¿qué puede haberle sucedido en junio ?   Pues no quizá de tanta trascendencia, pero si que me produce cierta alegría, ya que cuando comienza el mencionado mes, están próximas las vacaciones y la esperanza de poder estar cierto número de días junto a los míos más queridos, de lo que cuando se llega a ciertas alturas de la vida, supone una inyección de entusiasmo y deleite que nos ayuda a continuar el resto del año esperanzados en que lleguen esos momentos.

En el  transito por la infancia, la juventud y la edad madura, nos vienen impuestas unas ilusiones, unas esperanzas, unas preocupaciones, y yo diría que hasta unas ambiciones, que al alcanzar esta etapa que consideramos la última en nuestras vidas,  se tornan por esa en que solo damos la importancia, que sin duda en el paso por las etapas anteriormente señaladas no le dimos, como son las afectivas, y de las que a "los mayores", son las que más nutren el motivo de continuar viviendo. Sin duda, y pienso en los seres que no cuenten  con quienes puedan aportarle tales alimentos del espíritu, la infelicidad que irán soportando y la falta y motivaciones que ello supone para ir subiendo esa cuesta final de nuestro caminar por este mundo. Dichosos los que nos vemos arropados por esos seres que, incluso, dan su principal preocupación en facilitarnos esa dicha, de la que, y puedo dar fe de ello por la propia experiencia, otros seres y sin duda por las circunstancias, y no por no ser menos merecedores de ello, les hace sin duda mas difícil ese tránsito hasta el final de nuestra etapa.

Por tanto, ahora tengo cuatro meses de tránsito, que solo con el corto espacio de las Fiestas de la Navidad, dan un tanto de realce a esa rutina que hasta que se aproxime el mes de febrero y luego los de abril y junio, me llevan a los sentimientos que anteriormente he dejado expuestos. 

Hasta la próxima entrada.

martes, 24 de septiembre de 2013

Ochenta y ocho años las separan



Creo que ya en otra ocasión escribí sobre este particular, pero esta tarde en la soledad de mi casa, y recordando la fecha de hoy, festividad de Nuestra Señora de la Merced, que entre otras, lo era, y creo lo seguirá siendo, el primer día de la Feria de Pozoblanco, se me ha venido a la memoria, que aquel 24 de septiembre de 1925 y sin duda la primera vez que de mi pueblo salía, mis padres me habían llevado a pasar las fiestas en casa de unos amigos, cuya amistad les venía de que mi padre trabajaba en la finca de la Calera, y sus amistades, estaban como caseros en la misma, y al igual que los propietarios del olivar, eran naturales de la mencionada localidad cordobesa. 

A mí me faltaban tres días para cumplir los cinco meses de edad y por primera vez en la vida me hacían una fotografía, cuyo original conservo y escaneada la remito a mi editor por si estima conveniente colocarla a la cabecera de esta entrada. Durante bastantes años, esa fotografía con otra que mi padre se hizo estando en la mili, en el año de 1919, y otra que antes, y en 1914 se hizo mi madre, cuando tenía 17 años, en una ocasión que había ido a Córdoba, eran las tres únicas fotos que "guardadas como oro en paño" y dentro de una caja de hoja de lata de la carne membrillo de Puente Genil,  había en mi casa.  

Más de seis años hubieron de pasar para que junto  a todos los alumnos de la escuela donde yo hacía pocos meses había ingresado, volvieran a fotografiarme. Mis tres hermanos que me siguieron en el nacimiento, y por último mi hermana la mas pequeña de todos, ninguno de ellos llegaron siquiera a fotografiarlos, cuando menos hasta pasados los diez, o quince años después de haber nacido, y de los que ni siquiera me alcanza el recuerdo de haber visto una foto de ninguno de ellos antes de irme a la mili, cuando mi hermana tenía más de once años, dado a que también nos cogió por medio la Guerra Civil Española. Esto no es que fuera una circunstancia extraña en mi familia, sino que era extensivo a la inmensa mayoría de los habitantes de mi pueblo, y por lo que respecta a los varones, sus primeras fotos le fueron hechas cuando se encontraban cumpliendo el servicio militar, las cuales colgaban de las paredes de las casas.

Pasados algunos años, y ya después de terminada la Guerra Civil,  para las fiestas de mi pueblo solían venir uno o dos fotógrafos con aquellas máquinas colocadas en un trípode y cuyo retratista ocultaba su rostro y cabeza en aquella especie de manga de color negro, y tras un espacio de tiempo posando previa la recomendación del fotógrafo, disparaba una especie de botón colocado al final de un cable, consiguiendo un negativo que después había de transformar en positivo utilizando varios artefactos, entre ellos un cubo conteniendo no se que especie de líquido. 

De aquellos tiempos a los actuales, el cambio y progreso en este sentido, como en la inmensa mayoría de las cuestiones, ha sido tan expectacular, que hace cuatro días exactamente, hallándome en plena Serranía de Ronda donde había ido con unos amigos y amigas,  una de ellas, me hizo la última fotografía, que asimismo remito a mi editor por si estima colocarla junto a la la primera, lo que también el paso del tiempo demuestra lo que es capaz de hacer con las personas, transformándolas  del modo y manera que podrá verse en ellas. Añadiré como detalle del progreso en este arte, como dicen es la fotografía, que unos tres minutos después de haberme hecho esta última de mi vida, y hallándome en pleno corazón de la Serranía de Ronda, como digo, unos tres minutos después recibía noticias de mi hijo mayor que está en Madrid, que ya la tenía en su poder. Y en estos momentos y a través del correo electrónico, mandaré ambas, como digo a mi nieto, que a su vez es mi editor, y seguro dentro de unos instantes, y estando en Canarias, las tendrá a su disposición, a los fines que estime oportunos.   

Hasta la próxima entrada.

martes, 17 de septiembre de 2013

Llegó la licencia, no el permiso ilimitado



En estos precisos instantes, pero de 1948, cabalgaba yo a bordo del tren correo Málaga-Madrid, aunque mi destino era, por lo pronto y utilizando tal medio de transporte, la estación de Córdoba. Llevaba colgado al cuello una especie de escapulario que me había sido confeccionado por un compañero que dejaba en su ciudad, de Sevilla se entiende, llamado Manuel Arroyo Clares, en el que podía leerse: "Adiós Serva La Bari, y las muchachas de la Ciudad Jardín".  Ello lo era porque durante mi tiempo de "mili" tuve, entre otras, una novia en la indicada barriada sevillana.

Con aquel viaje terminaba mi permanencia en el Ejército. Con tal fecha nos era concedido a toda mi "Quinta", o Reemplazo de 1946,  el "permiso ilimitado", y que dura todavía. Habíamos cumplido casi treinta meses de servicio.  El tren iba repleto  de quintos del reemplazo, que no pocos llevaban dentro de su cuerpo mas alcohol del que hubieren necesitado, para celebrar tal acontecimiento, y por lo cual los cánticos de los mismos tenían alborotado todo el convoy. Sus alegrías eran inenarrables y como tal lo exteriorizaban. Yo lo hacía en profundo silencio u recogimiento. Sin duda, era la excepción de la regla.

¿Pero es que yo no me alegraba de que se diera por cumplido el tiempo de servicio en filas, como era la "mili" en términos populares? Sí y no... ¡Más bien no que sí! ... ¿ Y a que obedecía esa mezcla de sentimientos ?. Voy a explicarlo.  Cuando allá el día 6 de abril de 1946, en compañía de los mozos de mi reemplazo yo salía de mi pueblo para incorporarme al Regimiento de Artillería numero 14, de Guarnición en Sevilla, donde fui destinado, atrás dejaba mi trabajo en una mina de carbón de la empresa "Coto Hullero La Ballesta, que se hallaba ubicada a mitad de camino entre Villaharta y Espiel, y a unos seis o siete kilómetros de mi pueblo. Yo podía haber continuado en dicho trabajo mientras mis quintos estuvieran en la mili, dado que al que voluntariamente lo deseara, le constaba para todos los efectos, el trabajo en la mina con el de servicio en filas.  Pero primero, porque hasta entonces el único trabajo que casi detestaba era el de minero, y segundo por mi sueños e intenciones eran de que, no sabía porqué, pensaba que en ese tiempo pudiera encontrar una ocupación que me librara, no ya del trabajo en la mina, sino el de jornalero agrícola que lo había sido hasta que entré en la mina.

Luego tuve la suerte, incluso buscada. no sin cierto riesgo de que hubiese sido todo lo contrario de lo que pretendía, y que fue el destino como mecanógrafo a las oficinas de la Capitanía General de la II Región Militar, sitas en la Plaza de España de la capital sevillana. Conste que cuando me destinaron como mecanógrafo, yo no había tocado siquiera una máquina de escribir, de lo que ya expuse en una entrada no hace mucho tiempo en este blog. El tiempo que en tal cometido pasé en la mili por algo mas de dos años, fue el mejor que hasta entonces lo había hecho en toda mi vida. Pero quizá el conformismo y el disfrute que me proporcionaba el destino que desempeñaba, me hicieron como suele decirse dormirme en los laureles, y así cuando llegó la hora de que cito, como fue el permiso ilimitado, todo cuanto había disfrutado se quedaba atrás. En esos instantes en que ya era irremediable el pensar de otra forma, e iba camino de mi pueblo y allá en el Coto Hullero La Ballesta, me esperaba otra vez el trabajo en la mina. Entonces fue cuando la propia circunstancia me ponía en la pura realidad, y me llevaba a la conclusión del total fracaso que me suponía el volver con la inexorable derrota de lo que fueron mis intenciones y propósitos, cuando ilusamente salía de Villaharta, y a donde esperaba volver solo en plan de visitas. De lo que días después vino, también he hecho relato en más de una ocasión en este blog, tal lo fue "con el rabo entre las patas", mi vuelta a trabajar en aquellas galerías de las que,  a decir verdad, siempre llegué a detestarlas. Las circunstancias en aquellos momentos, así lo impusieron. 

Sin duda, el primer día de regreso al trabajo en dicha actividad, ha sido sin ninguna duda, la desazón del descalabro mas importante que a lo largo de toda mi vida he sufrido. Gracias a Dios no duro mucho tiempo, y el devenir de mi existencia, creo estáis todos al corriente de como se ha desenvuelto. Pero aquel viaje con mis quintos el 17 de septiembre de 1948, no podía unirme a festejar la concesión del permiso ilimitado que nos era concedido, mi sensación del rotundo fracaso de cuanto en su día me propuse, me lo impedía totalmente. Mi ánimo, para pocos cánticos estaba predispuesto.

Hasta la próxima entrada.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Las cencerradas


Esta mañana  me he percatado de que hace una semana que no entro en el blog y me parecía que no hacía más de dos o tres días que lo había hecho.
    
Dándole vueltas al magín sobre lo que había de tratar hoy, me ha venido al recuerdo una de las feas costumbres que había en mi pueblo cuando yo era joven, por lo que ya hace tiempo, y creo no se efectuaba solo en el mío, y era el de las cencerradas. Pero no se hacían las mismas por celebración de alguna festividad, si no que lo eran por no se que el motivo, y que se trataba de efectuarlas cuando se realizaba alguna boda, y uno, o los dos contrayentes, lo eran de estado viudo.

A tal fin y podría ser allá por los primeros años de la década de los cuarenta del pasado siglo, un buen amigo mío, no solo mío, si no de todos los jóvenes del pueblo, un día y poco después del anochecido, nos trasladaba la noticia, de lo que era especialista en captarlas, de que unas horas después y casi próximo a la media noche, y con el fin de evitar esa "cencerrada" se iba a celebrar un casamiento, compuesto por el novio que era de estado viudo y la novia de estado soltera.  Solo diré que ambos vivían en la misma calle y en casas, casi frente por frente de una a la otra. 

La noticia se propagó como reguero de pólvora, y confieso que como gran número de los jóvenes del pueblo, me uní a la preparación de la cencerrada, que no era solo con cencerros, sino con toda clase de elementos, pero con el fin de que produjeran el mayor ruido posible, tales como el uso de caracolas o por ejemplo la utilización de elementos hechos de hoja de lata, que arrastrándolos por las empedradas calles de la localidad, formaran la "gran escandalera" . 

Incluso antes de que el cortejo nupcial se pusiera en marcha, por todas las calles del pueblo, jóvenes e incluso adolescentes, utilizando todos los medios que se les vino a mente y pudieron proveerse, circulaban formando el jaleo en el que, la gente sabía que eso era el anuncio de que aquella noche se se llevaría a cabo tal enlace. A la sazón, recuerdo que ejercía como Comandante del puesto de la Guardia Civil, un Cabo 1º apellidado Urbano, el que, y creo que con algún que otro Guardia de su Puesto, cuando a su  conocimiento llegaba la gran algarada que se había formado y de la que, previas las medidas que estaban utilizando,  se encontraban impotentes para desarticularla por completo, el mismo patrullaba las calles pistola en mano, de lo que creo no hubiere hecho uso de la misma, sino mas bien para atemorizar a los alborotadores y desistieran en su realización.

Un íntimo amigo mío y yo, cada uno con una caracola, y subidos en un tejado cuyas dos vertientes daban a calles distintas, y resguardados en una zona oscura que no podíamos ser divisados desde las perspectivas que pudiera tener el enfadado Cabo, le dimos la noche y de lo que pienso que si nos hubiera localizado, quizá hoy no hubiere podido decir que creo no hubiera hecho uso del arma reglamentaria que llevaba en su mano.

La celebración del enlace matrimonial se llevó a efecto como cito anteriormente, próximo a la media noche, pero sin que hubieren podido evitar, que si no, a su alrededor, si bajo la llegada a  sus oídos de la gran algarabía de la "cencerrada", a la que,  la costumbre,  condenaba a los que en su situación de viudedad volvían a casarse.

Si yo en mi caso cuando muchos años después,  desempeñaba el cometido de Comandante de Puesto se me hubiere dado tal circunstancia, no sé como hubieren sido mis actitudes en el proceder, desde luego si sé que no hubiere hecho uso del arma, posiblemente y recordando aquel acto de mi juventud, hubiera dicho para mis adentros "¡Cosas de la juventud!", y añado, el que en esas edades no haya cometido alguna gamberrada, si no de ese calibre, pero sí censurable a ojos de los mayores, y de la legalidad "que tire la primera piedra". 

También ayudaba a cometer tales actos en los pequeños pueblos, la carencia de hechos o circunstancias que ayudaran a pasar el rato de la gente joven, pero sin que por ello yo justifique tales actitudes de total reprobación. Esa costumbre, cuando menos en mi pueblo, se que se venía haciendo quizá desde muchísimos años, a lo mejor incluso, desde siglos atrás.

Hasta la próxima entrada.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Guardia Civil también cambia



Nunca he sabido porqué se dice eso de que "toda comparación es odiosa", de lo que incluso Cervantes se hacía eco de ello en su inmortal obra del Quijote. 
  
Yo en esta mi entrada de hoy, si voy a verificar una de esas comparaciones, de lo que no veo tenga nada de odioso, y lo es de la Benemérita Guardia Civil, de como lo era en los tiempos de mi ingreso en 1950, a como lo es en la actualidad. 

Creo que de no hacerse comparaciones, no podría existir ni siquiera la estadística, que en su mayoría se confecciona  haciendo comparaciones entre una y otras situaciones, de lo que se trate. Sin mas circunloquios, vamos a ello.

Para no hacer demasiado extensa esta entrada, voy a procurar ceñirme a ciertos momentos de los por mí vividos en el mencionado Instituto, citando algunos de los que tengo conocimiento se vive hoy por los componentes del mismo. 

Yo verifiqué mi presentación en el Puesto de Torrelasal, cuyo cuartel era un caserío aislado de toda urbanización, sito en el término municipal de Casares de esta provincia, y por supuesto en la playa, sobre las doce horas del día 27 de julio de 1950. Aquella noche entré de servicio, por supuesto tras el correspondiente sorteo del distrito a vigilar, y compañero de pareja, como se hacía en los servicios de costas y fronteras, y cuya duración del mismo sin especificar las horas, y como figuraba en la propia papeleta de servicio, lo era "desde antes del oscurecido, hasta después del amanecido", en que se era relevado por el "vigilante de día", que era el único que no se hacía en pareja, y que como cito anteriormente lo era después del amanecido, momento en el que era relevado.  Aquel día a las catorce horas, entré de servicio de puertas, cuya misión por la propia circunstancia del acuartelamiento, no se atendía al teléfono, porque se carecía del mismo, al igual que sucedía con toda clase de servicios en las propias dependencias del acuartelamiento y cuyas necesidades fisiológicas había que realizarlas en el propio rebalaje, los varones en un lado y las mujeres en otro, separados ambos puntos por un pequeño acantilado existente frente al cuartel, por tanto el servicio estaba dedicado a la guarda y custodia del propio acuartelamiento-

Del servicio de puertas fui relevado a las catorce del siguiente día, dado a que el mismo lo era por veinticuatro horas, y luego aquella próxima noche volvía a entrar en el servicio nocturno, citado anteriormente desde antes del anochecido hasta después del amanecido. Todos los servicios diarios que se practicaban en los puestos de la Guardia Civil, eran reflejados en el "Libro de Servicio", por el propio Comandante del Puesto, en el que se  hacía constar el nombre de los componentes de las pareja y el distrito a vigilar, así cuando alguno de los mandos acudía a vigilar los servicios, no en la playa, por que los mismos se practicaban próximo a la lengua del agua en las costas, y a la línea divisioria en las fronteras, pero en los servicios rurales, se decía el itinerario y los puntos de presentación de la pareja en caseríos, establecimientos fabriles u otros puntos, por dichos mandos lo primero que se hacía era dirigirse al propio cuartel, consultar el Libro de Servicio y según la hora que él deseaba, dirigirse al punto donde en aquel instante debía hallarse la pareja. En el mencionado Libro de Servicio, todos los días, sin excepción, había de figurar alguna clase de servicio a practicar por todos los componentes del Puesto, sin que por tanto se tuviese un solo día de descanso, salvo en los permisos concedidos.  

Para estos permisos, se establecían dos turnos en verano y otros dos en Navidades, pero solo podía disfrutar del mismo, el 10% de la plantilla del puesto, así que solo el ochenta por ciento del personal podía tener permiso dentro del mismo año. Para el disfrute de mismo siempre  tenía preferencia el que mas tiempo hiciera no lo había hecho. 

El mencionado permiso, solo podía realizarse en los puntos o localidades para el que había sido solicitado, circunstancia que se señalaba en un pase que se entregaba a quien lo disfrutaba y con la añadidura de la obligación de verificar su presentación ante el Comandante de Puesto de la localidad tanto a la llegada como en la salida del mismo, dato que por escrito se le hacía constar en el dorso del referido documento.

Incluso durante las horas en que se estaba libre de servicio, no te podías ausentar de  la Casa Cuartel sin haber pedido permiso al mencionado Comandante de Puesto, al que había la obligación de indicarle al punto donde pensaba dirigirse. 

Si las necesidades del servicio lo exigían, en ocasiones en que se había regresado de la practica de otro, incluso de ocho o más horas de duración, no podía rehusarse la asistencia a otro y que en no pocas ocasiones tenían duración de otras ocho, diez o mas horas.

Como veo que se haría interminable el detallar todas las variaciones de ese ayer al hoy, en el modo y forma de practicar los servicios por el personal de la Guardia Civil, voy a indicar solo tres o cuatro variantes de lo apuntado anteriormente, a fin de que se vea el cambio verificado, comparándolo, claro, el uno con el otro.

Actualmente, todo componente del Cuerpo tiene un máximo de horas semanales para la practica de sus servicios; un tiempo mínimo de permiso a disfrutar cada año; los acuartelamientos, o Casas Cuarteles como siempre se les ha conocido, están dotadas de toda clase de servicios; por supuesto también todas tienen teléfono; todo el personal, hallándose libre de servicio, puede irse donde le de la gana, sin necesidad de tener que solicitar permiso para ello, por supuesto que tiene libres al año todos los días que están estipulados, y así seguiría una larga diferencia de ese ayer al hoy en el Cuerpo, de lo que prometo continuar en otras entradas en este blog, que por no hacerla interminable, no continuo en el día de hoy.

Hasta la próxima entrada.